Hoy quiero hablar de cómo entiendo yo el proceso terapéutico y el trabajo con un@ mism@, especialmente en aquell@s que decidimos ser terapeutas y asumimos la responsabilidad de acompañar a otr@s en el camino de acercarse a sí mism@s.

Y lo voy a hacer desde mí. Desde la que lleva un largo recorrido como paciente de terapia, por un lado, y por otro, desde la terapeuta que lleva ya bastantes años acompañando a otr@s en su camino.

Me encantaría conseguir un baile armonioso entre ambas y que pudiera transmitir a quién lo está leyendo aquello que deseo; que la terapia es algo muy hermoso, poderoso y reparador, que tiene lugar entre dos personas; una (el/la terapeuta), que mira con buenos ojos a quién tiene enfrente y la otra que, aunque no lo sepa, necesita de esa mirada (el paciente). Y cuando ambas partes trabajan juntas suele tener lugar «el milagro».

¿Y a quė estoy llamando «milagro»?… Pues al efecto sanador que tiene en cada uno de nosotros, seamos como seamos, hagamos lo que hagamos y sintamos lo que sintamos…, ser mirados con respeto y sin juicio (y con amor, si tenemos la suerte de que suceda …).Y esa mirada solo puede ofrecerla quién ha dedicado su tiempo y su esfuerzo a aprender a mirarse a sí mism@ de esa manera.

Ser terapeuta no nos lo da solamente un título, al menos así quiero creerlo y lo defiendo. Ser terapeuta gestalt (en éste caso), requiere de un acto de coraje, que es habernos dejado atravesar por esa mirada de la que hablo, y permanecer ahí. Es haber dejado caer muchas de las resistencias que nos mantenían protegidos del dolor y de la vergüenza, y ablandarnos en ello… es haber temblado como niñ@s, en presencia de otr@ o de otr@s y dejarnos abrazar en la más absoluta fragilidad y seguir y seguir… y desde ahí y con esa experiencia en el alma, y por un efecto parecido al contagio, vamos desarrollando esa mirada hacia nosotr@s mism@s y por ende hacia los demás.

La mirada de mi terapeuta a mí me curó.
Y cómo me curó?
Supo ver a la niña que no fue vista, supo escuchar a la niña que no se sintió escuchada, atendió muchas de las necesidades que ni yo misma me permitía sentir. También me desmontó muchas de las mentiras que me fabriqué para seguir hacia adelante, confrontó mis manipulaciones, y me recogió en las caídas.
No me mintió aunque me doliera la verdad, confió en que podría transitarlo y me enseñó que la verdad aunque duela no daña.

Respondía a mis preguntas dándose el tiempo para ser honesto y no engañarme. Se humanizó varias veces frente a mí y eso me ayudó a crecer, a dejar de mirarlo desde abajo, y a soltar y a despedirme del ideal infantil de que «él/ella está por encima de todo y ya no sufre»…

Ahora y desde hace ya unos años, puedo dejarme querer y sentir que me quiero. Ya no me doy miedo; comprendo todas o casi todas aquellas partes que me componen y a las que tengo acceso, y sé que aquellas que antes no me gustaban, eran consecuencia de la falta de amor. Y todo ello es fruto de un largo recorrido terapéutico; dejándome mirar por esa «buena mirada» y dando tiempo a que calara en lo más profundo de mí, sin darme cuenta apenas, para que aquella niña asustada y herida volviera de nuevo a confiar.

Quiero poner énfasis en que «ese milagro» que tiene lugar en el encuentro terapéutico, es algo que sucede más allá de la intención, es decir, que uno llega a terapia para sentirse mejor, pero no sabe que si se va dejando y permanece ahí, en la incomodidad, el gusto y la vergüenza de saberse visto de verdad y en dejarse caer cuando lo necesita, encontrándose con el respeto de quién está frente a él o ella… seguramente se va a ir transformando. Y no son necesarias estrategias ni técnicas por parte del terapeuta, aunque evidentemente las tiene. Es la labor de alguien que ha recorrido ese camino y que puede «utilizarse a sí mismo» como la más poderosa herramienta.

Y fue desde ahí… y tras ese largo, intenso y valiosísimo trabajo como paciente y dedicando los años necesarios a formarme, que pude ir sentándome frente a aquell@s que venían buscando «mi ayuda». Con respeto, sin juicio y sin miedo a su sufrimiento, porque yo ya sé que es eso, y si quiere y se deja, acompañarl@ en ese camino parecido al que yo he transitado y ser testigo de «otro milagro», si sucede.

Hace unos días, una paciente con la que estábamos cerrando su proceso de terapia conmigo, me decía emocionada: «es que tu mirada me ha curado».

Con mi amor, mi reconocimiento y un profundo agradecimiento a mis dos terapeutas, Teresa y Albert. Vuestras miradas tocaron mi alma y decidí permanecer ahí durante tanto tiempo como necesité.
Gracias a vosotros hoy soy terapeuta gestalt.
Y Gracias también a tí M. Poner luz al proceso que me has dejado compartir contigo y en el que te has dejado acompañar por mí, me ha acompañado a mí mientras escribía éstas palabras.

Alba Yagüe