Mi deseo con este artículo, es saber transmitir el verdadero sentido que para mí tiene eso de “hacer terapia” o “estar en un proceso terapéutico“.

Y lo hago desde un lugar en mí , en el que habita la certeza de que estar en paz conmigo, con mis dificultades, mis miedos, mis incapacidades y mis capacidades, mis miserias y mis alegrías, mis dolores y mis valores, es sin duda el logro más valioso al que he llegado hasta el día de hoy, y que entregarme a vivir o a comprender de qué va la vida, tiene que ver, entre otras cosas, con ello: con conocerme, dejar que ocurra lo que ocurra y aceptar lo que siento. Aunque a veces me siga costando…

Y ese aprendizaje, en mi caso, ha sido gracias a mi propio proceso terapéutico y sobretodo al compromiso conmigo misma de querer saber quién soy y llegar hasta dónde he podido… (siempre he creído que somos mucho más que aquellas partes de nosotr@s a las que tenemos acceso).

Como siempre, solo hablaré desde mi experiencia con la Terapia Gestalt, como terapeuta y como paciente.

Generalmente, acudimos por primera vez a la consulta de un profesional cuando estamos bastante fastidiad@s. Me encuentro con ello casi a diario, cuando realizo una primera entrevista y tengo sentad@ frente a mí a alguien que viene de aguantar un tiempo, más o menos largo, una situación que le hace sufrir. Y ese sufrimiento, casi siempre, tiene que ver con la dificultad de aceptar aquello que le está ocurriendo en su vida, que no es otra cosa que la dificultad de manejarse emocional y psicológicamente con ello.

Son constantes, en las sesiones de terapia, expresiones cómo: “yo ya no tendría que sentirme así”, “no conozco a nadie a quién le pase”, “esto me duele porque soy débil”, “me da vergüenza no haber podido sol@“… además de la dificultad bastante común de aceptar el enfado o el dolor,   o sonreír en vez de expresar malestar o sentirse culpable por estar triste o deprimid@.

Nos tratamos bastante mal a nosotr@s mism@s y además nos sentimos con derecho a ello…, y para eso, seguramente, necesitamos acudir a terapia (aunque no seamos conscientes): para aprender a tratarnos mejor.

Cuando éramos niños, en general, no nos enseñaron a relacionarnos “bien” y a nuestro favor con aquello que sentíamos. Much@s de nosotr@s aprendimos a tragarnos las lágrimas, a recibir un castigo si expresábamos nuestro enfado, a ser buen@s y amables, a negar nuestros miedos y a tener que ser fuertes y valientes. Y ahí estamos, con la firme intención de seguir haciéndonos a nosotr@s mism@s aquello que, “con la mejor de las intenciones “, en su momento nos hicieron: no dejarnos ser quienes éramos. Así es como aprendimos y eso es lo que seguimos haciéndonos. Ahí radica, para mí, quizás lo más valioso de hacer terapia: que podemos aprender otras maneras de tratarnos a nosotr@s mism@s, con más comprensión, con más permiso y con más libertad, en definitiva, con más amor.

Empezar una terapia y asumir el compromiso de permanecer en el proceso, es uno de los caminos a través del cual podemos aprender formas más amorosas y comprensivas de relacionarnos con lo que nos pasa, con lo que (nos) hacemos y con lo que sentimos, y esa es, a mi entender, la semilla de la verdadera transformación.

Todo, absolutamente todo aquello que sentimos: nuestras inseguridades, nuestras dificultades, aquello que nos angustia, nos duele o nos enfada, tiene su razón de existir, siempre. Resistirnos a ello, es lo que nos provoca sufrimiento y por el contrario, abrirle el paso es un acto de amor hacia nosotr@s, y eso pasa por aprender a escucharnos “de verdad”, por acercarnos a lo que somos y por ir dándonos permiso, viendo, asumiendo y, si podemos, desmontando nuestras trampas y las mentiras que nos contamos. Y todo ello requiere de un acto de coraje y de entrega, en este caso, al propio proceso terapéutico y a un@ mism@.

Aquello que en el transcurso de nuestra vida se nos quedó “atascado” y que no encontró una vía para ser expresado y reparado de algún modo, aquello que nos dañó y sobre lo que construimos una resistencia “para que no nos doliera nunca más”, sigue ahí, necesitando que se vea, que se escuche, que se cure… Es por ello que los mismos patrones y las mismas experiencias nos ocurren una y otra vez, hasta que nos ocupamos de ellas. Eso es muy difícil que podamos hacerlo sol@s, necesitamos un testigo “bueno” que nos de permiso para llorar, para gritar si lo necesitamos, para quejarnos, para sentir miedo, alguien que no penalice lo que sentimos y que nos acepte así, en definitiva, que a través de su mirada nos enseñe a mirarnos de otra manera (en el artículo “La mirada del terapeuta”, hablo mas ampliamente sobre ello).

Hacer terapia no va de que eso que te duele ya no te duela más porque “algo mágico suceda y se te vaya solo y rápido ” o “porque el/la terapeuta te lo vaya a quitar”, no. Hacer terapia va de asumir quién eres, de descubrir como lo haces para que te pase lo que te pasa, y de que cuando duela y queme (porque la vida a veces duele y quema…) aprender a dejar que te duela y que te queme y traspasarlo. Comprobar que todo pasa, si lo dejamos pasar…

Entonces, ¿que es eso que vas a aprender si haces terapia?, pues algo tan sencillo (y tan complejo) cómo ir permitiéndote ser quién eres para ir aflojándote el corsé y recuperar espacio interno para respirar-te más ampliamente.

No se trata de que dejes de ser tú, sino de que te encuentres contigo. Que descubras aquellas resistencias que sostienen eso que te hace sufrir, que las reconozcas, las comprendas, y les des voz y permiso.

A veces en terapia utilizo la siguiente visualización, cuando la persona no acepta lo que está sintiendo: 

Primero le pregunto, cuantos años tiene el niño o la niña que está sintiendo ese miedo, o ese sentimiento de abandono o ese enfado (haciendo alusión a ese niño/niña que fue y al que posiblemente estoy viendo en ese momento). Y cuando me responde por ejemplo, cuatro añitos, le propongo que se visualice frente al niñ@ que está sintiendo eso, y le pregunto, ¿qué sientes cuando lo ves aquí, sentadit@ frente a tí? Y la mayoría de las veces me responden: “ganas de abrazarl@“. 

Pues eso es …. hacer terapia Gestalt va de eso. 

Si quieres seguir recibiendo artículos sobre cómo puede ayudarte la Gestalt en tu día a día, por favor, suscríbete a la newsletter. Si lo que quieres es una sesión de terapia, por favor, contacta conmigo.