Recuerdo cuando empecé “a ser terapeuta” y tuve mis primeros pacientes, como temblaba por dentro y las muchas veces que me quedaba en blanco, convencida de que no sabía nada.
Fantaseaba con que cualquiera lo hacía mejor que yo, que los demás jamás cometían los errores que yo cometía y me daba vergüenza incluso compartirlo; creía que eso solo me pasaba a mi.
Me cuestionaba si yo servía para ello, si las propuestas que hacía en las sesiones eran o no acertadas, si realmente ayudaba a las personas que venían a terapia. Ah! Y también me sentía una farsante!! “Si supieran lo mal que lo estoy haciendo, no volverían….Y además les cobro!. En cualquier momento se van a dar cuenta…”
Evidentemente tenía un nivel de exigencia importante, estaba empezando y pretendía hacerlo tan bien como mi terapeuta o mis maestros.
¿Te suena?
La realidad es que cuando empezamos a transitar el camino hacia “ser terapeutas”, nos emergen muchas dudas acerca de nuestra capacidad. Nos sentimos sol@s frente al peligro, ya nadie nos está echando una mano y depende de nosotros lo que hagamos bien o mal, algo parecido a cuando nos independizamos de nuestros padres y decidimos salir al mundo.
¡Pues claro! ¿Cómo podemos pretender que sea diferente? todo eso que sentimos “es normal” y necesario para ir creciendo, para ir aprendiendo, para ir encontrando nuestra propia manera de hacer y nuestro verdadero compromiso, o no, con el oficio de ser quien acompañe a otr@s en sus propio camino de autoconocimiento.
Lo que sentimos en esos inicios es producto de la incertidumbre de lo nuevo, de sentirnos más o menos perdidos en el camino de asumir (de verdad) la responsabilidad de “ser terapeuta”, de estar frente al otro y de pretender hacerlo “muy bien”, del temor al fracaso, a ser rechazad@s, a no poder a ayudar los que vienen buscando nuestra ayuda y además! pretender que el/la paciente crea que sabemos mucho. ¡Cuánta presión!
Pero nos olvidamos de que la persona que tenemos delante, seguramente, sabe mucho menos de lo que nosotr@s sabemos acerca del proceso de acercarse a sí mismo (siempre y cuando cómo terapeutas sigamos trabajando con nosotros mismos. Algo que considero imprescindible).
A pesar de que ya llevo poco más de quince años ejerciendo de terapeuta gestalt, me siento muy cerca de aquellos que están empezando. No sé por qué extraño fenómeno, algunas veces me sigo sintiendo como si empezara…
Cuando participé en el primer grupo de supervisión y me encontré con terapeutas con bastante más recorrido que yo, en el mismo grupo, me sentí torpe, pequeñita y con mucha vergüenza. Ahí decidí que algún día, con los años, con la experiencia y con la formación necesaria, yo abriría un grupo para “nuevos terapeutas”, con el fin de que se sintieran entre iguales, para que escucharan que eso que sienten, también lo sienten l@s demás, o parecido, para que se acompañen y para yo acompañarl@s en ese tránsito, mezcla de miedo, de ilusión, de vergüenza, de incertidumbre, de muchas ganas, de exigencia, de frescura…
Y ahí estoy, desde hace unos años coordinando grupos de apoyo y supervisión para nuev@s terapeutas gestáltic@s, con ese fin: facilitar que se acompañen y acompañarlos en todas esos asuntos emocionales que, inevitablemente (y necesariamente…), van a aparecer, además de supervisar los casos con los que se van encontrando.
Mostrarnos a los demás vulnerables y «no sabiendo», o creyendo que no sabemos, es un acto de coraje que nos ayuda a aceptarnos y a aceptar al otr@, siempre que nos sintamos bien acogidos. Y eso es lo que ocurre en estos grupos.
Y muchas, muchas veces soy yo quién sigue aprendo a su lado, porque algunas cosas que ell@s tienen frescas, yo las había olvidado…
Si te interesa formar parte de estos grupos, mírate esta información: Apoyo y supervisión para nuevos terapeutas gestálticos.
Si quieres seguir recibiendo información sobre las actividades de Gestalt Centre, puedes suscribirte a la newsletter.