En los últimos tiempos, me vengo encontrando con que bastantes pacientes y algún@s que vienen a su primera entrevista, expresan que tienen la autoestima baja (no sé si tiene relación directa con los tiempos que estamos viviendo o que yo pongo el foco especialmente en ello).
Aunque puedo suponer a qué se refieren cuando lo mencionan, de entrada a mí la palabra “autoestima” me da grima, me lanza de cabeza a algunos libros de autoayuda que, a menudo, provocan en mí el mismo efecto. Yo prefiero hablar en términos de: ponerse a favor de sí mism@, tratarse bien, cuidarse, alejarse de aquello que le daña, atender las propias necesidades, o, si es el caso, no darse nada de eso.
Leía el otro día en una revista: “Recetas para la autoestima: “escúchate a ti mismo más que a los demás”, “convierte lo negativo en positivo”, “date una oportunidad y reconoce tus cualidades”, “acéptate tal como eres”, “acepta tus sentimientos”, “cuida de ti mismo”, “atiende tus necesidades”, “alimenta tu cuerpo, alimenta tu espíritu”, “mantente en movimiento”, “alivia las tensiones” y “abandona tu ira”. ¡Casi nada!
Si en algo se caracteriza la Terapia Gestalt es que, en principio, los terapeutas no aconsejamos al paciente qué tiene o qué no tiene que hacer. Pero, más allá de ello, en el caso que nos ocupa, recomendar a alguien que no se quiere a sí mismo, que haga todo eso, no tiene ningún sentido más que conseguir que se sienta mucho peor por no poder hacerlo. Además, ¡ojalá! fuera tan sencillo.
Yo entiendo que el grado de autoestima, o lo que es lo mismo, el interés que pongamos en cuidarnos a nosotr@s mism@s, en trataros bien, en ponernos a favor de nuestras necesidades, etc., de entrada, siempre será proporcional al buen amor que recibimos de niñ@s. Hablo de buen amor para referirme a haber sido visto por ser quienes éramos realmente, respetad@s en ello, amad@s sin más expectativas, atendid@s en nuestras necesidades e intereses y valorad@s, sin condiciones y sin ser utilizad@s. Pero lamentablemente, como sabrás, muy pocas veces todo eso se da limpiamente, ya que nuestros padres a su vez, fueron hijos de alguien que tampoco supo quererlos bien, que a su vez fueron hijos de alguien que….., y así indefinidamente.
Nos creímos a nuestros papás porque confiábamos en ellos. Para ser aceptad@s y amad@s, nos convertimos en lo que ellos esperaban y aquello que recibimos, fuera agradable o desagradable, era con lo que nos íbamos identificando. Si nos quisieron bien, nos sentíamos queribles, y si no nos quisieron bien, el mensaje que recibimos era que no nos lo merecíamos. No podíamos poner en cuestión a aquellos de quienes dependíamos, ya que para poder sobrevivir necesitábamos confiar ciegamente en ellos.
Y con esas creencias en la mochila seguimos el camino, reproduciendo siempre aquello que conocemos, aunque sea doloroso. Pero repito: es lo que conocemos, y lo conocido nos da sentido de pertenencia y por lo tanto seguridad.
El amor que un día recibimos, será la medida de amor que podamos tolerar, ¡ni más ni menos! Y nos encargaremos de reproducir situaciones que nos devuelvan que somos queribles o no, y en éste último caso, cuando nos encontremos con alguien que sí nos está queriendo, no le vamos a creer, o no nos va a interesar, ya que no encaja con lo que nuestros papás nos devolvieron (me vengo preguntando recientemente si también será por lealtad a ellos). En fin, la cuestión es seguir instalados en un lugar familiar.
Y el proceso terapéutico ayuda, y mucho, a ir transformando la baja autoestima en autoestima. ¿Cómo?, pues -además de que el mismo proceso irá poniendo de manifiesto nuestra carencia y nos ayudará a ir mirándola y reconociéndola-, aprendiendo a identificar lo que sentimos, dándole espacio y, poco a poco, siendo cada vez más «de verdad», fieles a lo que sentimos y deseamos. Enfrentando nuestros miedos, aflojando las corazas y mirándonos más compasivamente. Y cuando eso empieza a ocurrir, es el primer signo de amor y respeto hacia nosotros mismos, es decir «nos estamos subiendo la autoestima». Y todo ello empieza a ocurrir gracias a la mirada limpia del terapeuta, quién nos confronta lo falso y nos apoya en lo verdadero. Y es esa mirada de aceptación y, si se da, amorosa, la que nos devuelve que somos queribles y merecedores de amor.
Si le damos el tiempo necesario a esa «buena mirada» para que pueda penetrar lo suficiente y nos abra la herida de no haber sido mirados de ese modo por papá y/o mamá, sin duda, nos transformamos. Y eso, cuando puede darse, es para mí el más valioso tesoro del encuentro terapéutico.
Si quieres seguir recibiendo artículos sobre cómo puede ayudarte la Gestalt en tu día a día, por favor, suscríbete a la newsletter. Si lo que quieres es una sesión de terapia, por favor, contacta conmigo.